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domingo, 11 de marzo de 2012

Débora y Frida (I): aleteo de ángeles sucios

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Así como Guadalupe y  Chiquinquirá son figuras señeras para definir la visualidad de género en América Latina,  Frida Kahlo en México y Débora Arango en Colombia lo son para su redefinición. Si las primeras constituyen las imágenes ejemplares femeninas por excelencia, las segundas proponen  potentes y demoledoras contra-imágenes Pues Frida y Débora  además de ser dos artistas que partieron la historia del arte de sus respectivos países y de Latinoamérica, sobre todo inauguraron heréticas auto-representaciones del cuerpo femenino.
A primera vista, a pesar de su coincidencia generacional (Frida nace en julio y Débora en noviembre de 1907), de ser latinoamericanas y mujeres artistas revolucionarias, sus obras no parecen tener muchos más puntos en común. El principal tema y material de trabajo de Frida fue su propio cuerpo, mientras Débora sólo se realiza un autorretrato donde aparece de espaldas, a los pies de su padre. Frida estaba obsesionada con su biografía, sus dolores, sus objetos y pocas veces miró a través de la ventana. Débora solo pintó lo que había más allá de ella.
Sin embargo hay algo que comparten y que valdría la pena explorar: la relación de cada una de ellas, no tanto o no sólo, con los muralistas -Frida con Diego Rivera, Débora con Pedro Nel Gómez-, sino con el muralismo. Si entre Frida y Diego hubo esa relación de amor tan explotada por la leyenda mediática, entre Débora y Pedro Nel hubo una de respeto alumna-maestro que  devino en franca hostilidad y competencia,  por parte del Maestro  Pedro Nel, Zeus Tronante del Olimpo paisa-, hacia la rebelde y talentosa pupila.
Pero más allá de estas anécdotas personales, que sin duda tuvieron consecuencias prácticas en sus respectivas carreras, yace la manera en que estas dos artistas construyeron unos cuerpos femeninos completamente inéditos y en contravía de los lenguajes monumentales,  retóricos y vociferantes del ojo aleccionador del mural. Ante ese cuerpo mistificado, grandilocuente,  fibroso y epopéyico, encarnación de los discursos de la higiene, el nacionalismo y el progreso de la época, los cuerpos de Frida y Débora susurraron salvajemente y en pequeños formatos otras cosas. En los trabajos de estas artistas, los cuerpos femeninos dejaron de ser alegorías triunfantes -de la patria, de la raza, de la justicia-, pero siempre significantes de otras cosas. A veces más grandes o a veces más pequeñas que ellas, pero nunca significantes de sí mismas.
Diego Rivera ,“Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”.


Frida Kahlo

 La gran travesti que fue Frida se puso todos los disfraces, todos los maquillajes, e incluso todos los géneros, sobre su moldeable carne para mirar desde allí una realidad que siempre atravesó su cuerpo. Al hacerlo, iba conquistando una subjetividad y una intimidad egoísta, prohibida por los discursos sobre la mujer de la época que sólo la concebían en una función para otros.


Amanecer, Debora Arango

 Débora, por su parte, vio las mil y una formas en que se estaba deshaciendo el ancestral cuerpo ejemplar femenino  en los volcanes desfogados de su tiempo y de su situación histórica: la Violencia con mayúscula de los años 50 en Colombia.
 La manera brutal como ambas pintaron el tema de la maternidad contrastada con las maternidades triunfantes  y ejemplarizantes del muralismo, habla de ese cuerpo femenino en otra escala, a otros decibeles. Habla de una mirada inédita que al mirar crea  una original topología corporal, desembarazada de deberes y ejemplaridades. Una mirada que por primera vez inaugura sujetos femeninos.


Madona del silencio, Debora Arango 
Mi nacimiento, Frida Kahlo






Los cuerpos pintados por Débora y Frida no pertenecen ya al repertorio establecido por el ojo patriarcal, a su fantasía, a sus necesidades, a sus negaciones. Las mujeres aquí ya no son el “ángel de la casa”, animal mitológico, fantasmal y vacío, sino confundidos ángeles caídos de su tiempo, ensangrentados y fuertes, rotos por la inadecuación entre la carne y los formatos predeterminados de la historia y la iconografía  donde la mujer moderna no se acomodaba más.  Ángeles sucios que han inventado una corporalidad para vivir en una tierra nada complaciente y para crearse como cuerpos para sí mismas.
Mientras para Frida la defensa personal de su intimidad y subjetividad tuvo connotaciones políticas, para Débora lo político de su perspectiva llegó a los territorios de lo personal, en la subjetivad de las dislocadas mujeres que retrató. Ambas demostraron entonces como lo personal es político y lo político personal. Ambas desestabilizaron para siempre la imagen canónica y patriarcal sobre los cuerpos femeninos. Ambas descubrieron con tanto dolor como valentía ese continente inédito del cuerpo femenino en la cerrada Latinoamérica de la primera mitad del siglo XX.