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domingo, 5 de junio de 2011

Ciudad cuerpo a cuerpo: México






Pero  a pesar de la abundancia de referentes femeninos populares que se respiran en el aire, el panteón oficial que se extiende grandilocuente por las calles del DF es decididamente androcéntrico. En el Paseo de la Reforma, ese altar de la patria afrancesado construido por el Pofiriato, en Insurgentes, en las vías principales, en la Alameda, en Chapultepec,  en las calles escondidas, el discurso oficial de los cuerpos  gira obsesivamente alrededor  del de los héroes: invariablemente destinos individuales, hombres blancos, incluso los indios que toman fácilmente el fenotipo ario en las manos de los artistas que tuvieron a París como faro.  Carlos V, Cristóbal Colón, Morelos, Juárez,  Maderos, Zapata, Villa, pisan con fuerza con sus botas militares y contundentes sobre sus dominios simbólicos y reales. La ciudad está tachonada con sus cuerpos ejemplares, sus gestos grandilocuentes, sus posturas dignas, sus rostros ceñudos. Destinos hechos carne y luego bronce o hierro o mármol, para alinearse en las grandes avenidas señalando un horizonte en el que se confunde el pasado y el presente de la Nación. También surgen en la paleta colorida de los muralistas, hombres quizás más cetrinos y gigantes, que incluyen nuevos personajes eximidos del imaginario del mármol y del bronce decimonónico, pero hombres. Las mujeres son aquí nuevamente, gracia y alegoría.


 A veces sólo son sus nombres los que crean una geografía urbana. En los vagones del metro, por ejemplo, está escrita la historia en comprimidos. Los nombres de sus estaciones, a medida que se suceden, hacen un repaso febril y cotidiano sobre los acontecimientos patrios, masculinos y públicos,  que deben quedar grabados en la memoria: batallas, triunfos y por supuesto, héroes. Nombres como Revolución, Insurgentes, Hidalgo, Niños Héroes, Juárez, Mariscal Quevedo, Constituyentes, Pino Suárez, Zapata, General Allende son  la mayoría. Después vienen los también abundantes nombres de poblaciones indígenas y, por último, algunos escasos nombres de santos (también masculinos) como San Cosme o San Pedro, con alguna rara excepción como Santa Anita.
A las mujeres en este panteón patriótico les queda  apenas el lugar (aunque prolífico, es verdad) de la alegoría. Así, a los hombres se les recuerda por una acción, un pensamiento, una decisión con nombre propio. Mientras las mujeres solo representan con su gracia,  sus melindres o a veces su gravedad, una abstracción: la guerra, la gloria, el duelo. Ellos van arriba, ellas abajo. Ellos se sientan en tronos y altares, ellas los coronan. Ellos agitan espadas, marchan, cabalgan airosos sobre caballos. Ellas se sientan,  esperan, ríen, bailan. La ciudad se constituye entre unos y otras.

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