Una tierra picante. Alguien me cuenta que el pique de los ajís lugareños no se debe solamente a las propiedades de la planta, sino a los elementos de la tierra que chupan. Si los siembras en otras partes, España por ejemplo, donde los conquistadores intentaron plantarlos, salen dulces, sin los ardores mexicanos.
Entrando por Oaxaca, aparece entonces el monstruo. A mí, que vengo de una ciudad con dos millones de habitantes, no puede parecerme otra cosa ese tumulto de 20 millones de personas extendidas en una roja zona plana con todo tipo de formas geométricas. ¿Caos controlado o control en el caos? Después de algunos minutos de sobrevolarlo, aterrizamos suavemente en México DF, la tierra de Guadalupe y Frida, hoy por hoy sus dos santas patronas místicas y políticas. El sol abraza en un verano de los más calientes que recuerde la ciudad. Debo quitarme la chaqueta que traigo desde la escala en una Bogotá inundada por las aguas de los recientes diluvios andinos. El aire se siente seco.
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