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sábado, 27 de agosto de 2011

Contra-anatomía de la Virgen





Mexico DF.
   
En este camino de  exploraciones en el intrincado imaginario histórico, la re-visitación de los íconos marianos es un capítulo importante. Desde la Colonia, la Virgen María es el gran horno de las imágenes del cuerpo femenino latinoamericano. Así lo perciben aquellas artistas que no han dejado de beber, e incluso a veces escupir, en estas  fuentes iconográficas como las mexicanas Lourdes Almeida y Mónica Mayer, la chicana Alma López o las colombianas Débora Arango, Beatriz González y Ethel Gilmour , entre muchas otras que han convertido en una tradición la relectura mariana. Como nuevas peregrinas que visitan el icono sagrado, hoy se dirigen a sus santuarios, ya no para llevarles flores y  ofrendas, sino para dejarles preguntas desestabilizadoras a un cuerpo matricial que todavía en el tercer milenio encarna el orden pólitico, social, étnico y de género  en nuestros países.

 Pero la naturaleza de su acercamiento a esta imagen cultural no siempre se hace desde los mismos presupuestos, ya que  el ícono mariano es tan omnipresente como ambiguo: puede significar muchas cosas a la vez, e incluso todo lo contrario. Así, para algunas el cuerpo mariano es la reafirmación de todos los poderes sobre el cuerpo femenino, para otras contienen el germen de sus nuevas posibilidades.
La  re-visión de estas representaciones femeninas, que se ha vuelto toda una tradición entre los artistas latinoamericanos, a veces se ha hecho desde  su lectura más evidente.  En este sentido María sería por antonomasia el estereotipo del modelo patriarcal de la feminidad: un cuerpo ejemplar racialmente ario, asexuado, pasivo, sumiso, girando obsesivamente alrededor de la maternidad, retorizado, fragmentado y codificado con unos fines muy específicos. Un cuerpo hecho por otros y para otros.  
Sin embargo, cuando  estas imágenes de la Virgen María latinoamericana vuelven a mirarse desde nuestra contemporaneidad  parece surgir algo más allá de esta superficie que pareciera cerrar la significación en la vía estricta de la alegoría.  En ellas hay algo que se insinúa pero no termina por representarse, algo que no está dicho, algo por encima y más allá de ideologías, como le sucede a las imágenes femeninas en la historia del arte desde la óptica de G. Pollock. Algo más allá de la significación canónica oficial. Es en esta tensión entre lo que está y lo que no está se expresa la “indecibilidad” de la mujer  en los términos y las estructuras patriarcales. La imagen en el espejo sólo aparecerá cuando los términos de la representación se subviertan.
Este terreno de la opacidad de la imagen y de la imposibilidad de su agotamiento en lecturas unívocas,  viene a reforzarlo la sensibilidad posmoderna ante la imagen. Ahora es posible una aproximación inédita a la memoria cultural y al inagotable banco de imágenes tradicional. Con este punto de partida a nuestras artistas les ha sido  posible revisitar un ícono cultural como la Virgen, para hurgar en sus pliegues escondidos, en los silencios debajo de las mudas elocuencias, y encontrarlos repletos de sentidos nuevos que le hablen a su tiempo.


Así las secretas viscosidades que destila la imagen histórica y canónica, para usar el lenguaje de Simón Marchán Fiz, han sido revolcadas, zarandeadas y exprimidas por la mirada culta y perversa de  las herramientas iconoclastas del arte contemporáneo.
Entonces la imagen del cuerpo mariano, se presenta como un símbolo que además de su negatividad en la construcción de la corporalidad de la mujer quizás pudiera balbucear algo que valdría la pena escuchar en nuestra contemporaneidad.

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