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viernes, 29 de julio de 2011

Cuerpos en pendiente (Anatomía de una virgen 5)

Así como el cuerpo político de la Virgen marca e inaugura territorios por toda la América, el cuerpo mariano es un territorio sobre el que se han dado espectacularmente los combates entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, entre el arriba y el abajo. Combates que lo han fragmentado y delimitado claramente, a la vista, en zonas nobles e innobles que hablan de un  cuerpo  ganado miembro a miembro para Dios.


Concepción. S XVI. Museo Franz Mayer.
 
El descendimiento (detalle). S XVI. Angelino Medoro.
Iglesia Santo Domingo (Tunja, Colombia)


El cuerpo de María,  siguiendo la mentalidad del siglo XVI, XVII y XVIII, giraba alrededor de rostro y de las manos. Ambos miembros fueron la obsesión del barroco, incluso cuando se trataba de los cuerpos corteses.  En este pensamiento funcionaba una especie de anatomía en pendiente, como la ha llamado Vigarello[1]. Esta valoraba las partes superiores del cuerpo,  las cuales se iban devaluando hasta llegar a lo más bajo, (física y simbólicamente)  como lo eran los órganos genitales y los pies.  
 
Se pasaba así gradualmente de lo más sublime arriba, en  la zona noble del cuerpo que estaba en contacto con los cielos, lo divino, la trinidad y el sol,  a la zona innoble, inferior, que limitaba con la tierra y bordeaba  el mal y los infiernos subterráneos.  

Así, todo lo que valía se concentraba en rostro y manos que se convirtieron en el escenario del alma, donde se daba la obra teatral de las emociones, los sentimientos, las sensaciones. Los ojos eran las ventanas del alma, las manos las principales actrices de una época afecta a la quirogramática y la gestualidad retorizada. Las piernas y los pies eran apenas zócalo, base, sustento, miembros cumplidos, mudos y no indispensables.








Talla novohispana, detalle.
Escuela de Tunja. Detalle.



















Y el resto del cuerpo desaparecía.

Esta "desaparición" corporal no es sólo metafórica. Los santos de vestir nos muestran gráficamente lo prescindible que podía ser un cuerpo para esta mentalidad.

La fragmentación del cuerpo cristiano, su jerarquización, su énfasis en ciertos órganos y su desprecio por otros, tienen en este tipo de escultura una expresión concreta. Estas obras son ensamblajes de piezas, cada una de las cuales se fabricaba por separado, y en las que el énfasis estaba puesto en el rostro y las manos, mientras el resto de la pieza sólo tenía una función estructural. 

 El cuerpo en estos “santos de vestir” literalmente desaparece, no existe, no se esculpe, es un vacío, un hueco. Es simplemente un entramado de madera, un armazón hecho de chusque, trapos, costales y sacos de mercancías viejos[1], de materiales autóctonos, criollos, a veces indígenas, y siempre despreciables, que debía cubrirse y ocultarse con la materia preciosa de un tejido. En la fabricación de estas esculturas se puede ver la misma concepción del cuerpo de estos siglos, para la cual los miembros inferiores son sólo una base inmóvil, zócalo, pilote, con una función exclusiva de soporte para la valiosa parte corporal  superior que es el rostro, la única digna de mostrar de esta anatomía en pendiente. Mientras el cuerpo se ignora, el rostro y las manos de estas esculturas, al contrario, se realizan con todo un despliegue técnico y estético . En la Nueva Granada, por ejemplo se importaban de Quito, mientras el cuerpo se fabricaba con materiales deleznables locales que después se tapaban.



Sin embargo, cuando esa masa amorfa que quedaba bajo los vestidos era reescrita con un significado espiritual, el órgano recién bautizado, autorizado y significado, emergía, triunfante, ostentoso, como el costado de Cristo o de San Francisco, por ejemplo, ennoblecidos y autorizados a existir por haber sufrido y ser soporte de los estigmas.

En el caso de las representaciones marianas, no solía haber sangre ni estigmas. Sus órganos retorizados fueron muchas veces los senos, los cuales surgían de la profundidad de los mantos y de la negación corporal, para disparar chorros de leche espirituales a niños Jesús o a santos estupefactos, eso sí a distancias cósmicas que evitaran lecturas literales.

Lactación San Cayetano. Museo Franz Mayer

Así vemos a este cuerpo de María hiper-representado en la colonia americana. La exposición Pintura de los Reinos http://www.pinturadelosreinos.com/, que actualmente se puede visitar en el Palacio Iturbide de Ciudad de México, recoge las más monumentales versiones marianas que surcaron incesantemente  nuestro continente, de Madrid a Cusco, pasando por la Nueva España, dejando su huella y su espectacular mensaje sacro-político.

Allí, María conquistadora de cuerpos y cuerpo conquistado levita por los cielos impulsada por ráfagas de vientos cósmicos hasta caer siempre espectacularmente sobre la tierra, donde planta con firmeza sus divinos pies para instaurar anatomías, conquistar planetas, soles, lunas, y definir un orden corporal que más que biológico es político.

Ella trae el cuerpo femenino occidental a América, un cuerpo horneado en una mentalidad patriarcal, monárquica, jerárquica,  alrededor del cual se organiza la nueva geografía y la nueva historia. El exceso de angelotes, de adorables carrillos inflados, de telas vibrantes, de alas batientes, de florituras y guirnaldas envuelve como la crema pegajosa de un pastel la rigidez del corazón del nuevo orden. El cuerpo de María está en su centro. Estas representaciones triunfales y propagandísticas nos muestran en todo su esplendor este cuerpo divino mariano que es una idea, un reflejo, un molde y un mandato visual para los nuevos tiempos.



[1] VIGARELLO (2005), p. 21.
[2] ÁNGEL, Op. cit., p. 19.



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