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lunes, 7 de noviembre de 2011

La Pola revisitada

Cuando La Pola soñó a Gaitán

Exposición: El Pacificador
Artista: Cristina Cardona

Asesora: Sol Astrid Giraldo 
Museo De Antioquia, Medellín






Texto crítico:

Por Sol Astrid Giraldo
Una sala de arte decimonónico  en penumbras. Figuras desvanecidas en los muros, palabras entrecortadas. El murmullo y los fantasmas de la historia. Quizás porque ésta ya no puede ser  un relato nítido, unívoco, claro. Quizás porque ya no la narra ni Dios ni Hegel, sino tal vez un idiota, lleno de ruidos y de furia como aquel personaje de Macbeth  de labios partidos,  palabras quebradas y ojos desorbitados. ¿Quién podría relatar hoy  las anécdotas edificantes de héroes de charreteras, mármol y caballos que se encabritan antes los soles del destino?
 Las imágenes también se han partido. Ya no creemos en los cuerpos ejemplares de los héroes que reemplazaron a los de los santos. Las representaciones independentistas son  ahora  náufragas de un campo de batalla, lleno de esquirlas, de aristas irregulares, de los restos  corto punzantes del espejo roto.  La instalación “El Pacificador” de la artista Cristina Cardona  ha convertido en eso  la Sala de Arte Republicano del Museo de Antioquia: en una ruina donde se agolpan y yuxtaponen  las  imágenes y los discursos de la Patria. Pero, precisamente  estos monumentos rotos, estos ruidos inconexos, son los que  hoy  permiten que esta adusta y muda galería muda vuelva a hablar a los oídos de hoy.
La Pola, la “aunque mujer y joven”; Gaitán, “el hombre que era un pueblo” son las únicas figuras que emergen del silencio de los relatos escolares y museográficos. Una luz del montaje, que es también la luz de la mirada contemporánea, los elige entre todas las demás figuras ejemplares y los lleva a un primer plano. Este rayo arbitrario sobre el lienzo de La Pola, quien siempre estuvo allí opacada por una multitud de personalidades masculinas, enfatiza  lo femenino en el discurso androcéntrico de la Independencia. Al otro extremo de la sala, el retrato inflamado de Gaitán, un héroe de otras revoluciones, de otras tragedias, un personaje tan próximo que nos respira en la única, llega como un intruso de otros tiempos. Su presencia indígena, popular, contamina el plácido relato de la sala republicana  y desestabiliza la figura del héroe apolíneo, blanco, aristocrático, ungido por los dioses y el destino superior.
La Pola en un ala de la sala quizás sueña a Gaitán, mientras Gaitán al otro extremo quizá la recuerda. Sueños y delirios que son pesadillas de sangre  y guerra, y que ahora, en este reino de los muertos, de los sacrificados, de los acallados, solo puede contemplar el espectador del siglo XXI, quien en esta sala es acribillado por el ruido seco, sordo e impecable de los fusiles de la cruenta historia colombiana: por sus murmullos y sus fantasmas…   
Anotaciones:


El guión de la sala republicana del Museo de Antioquia gira alrededor de  una serie de héroes masculinos del siglo XIX, en el que sólo aparece excepcionalmente una representación de mujer, la de Policarpa Salavarrieta, La  Pola, realizada por  Samuel Velásquez. Este relato del museo coincide con el relato de la historia oficial focalizado en los actos de un sujeto ideal masculino, aristocrático, individualista y blanco, protagonista de una historia de actos heroicos en la que no participan otros géneros, razas, minorías ni clases ni fuerzas  sociales.
 La artista entonces se propuso hacer evidente la mirada parcial del arte y de la museografía poniendo en un primer plano lo obviado y al mismo tiempo ocultando a quienes se tenían por protagonistas. Su idea entonces fue cubrir con telas todas las pinturas de dicha sala y dejar  al descubierto únicamente el retrato de Policarpa Salavarrieta. Al mismo tiempo planeó  instalar un conjunto de fusiles (de diferentes guerras patrias, también colección del Museo de Antioquia) frente al retrato de la “heroína” para reconstruir su fusilamiento.

 Una retrato de Jorge Eliécer Gaitán, “otro fusilado-silenciado” de nuestra historia, según palabras de la artista se istala en la otra ala de la sala, haciendo contrapeso al óleo de La Pola. Y ambos son “fusilados” por unas armas accionadas por nadie.   Al espectador que ingrese no le quedará más remedio que ser también simbólicamente atravesado por este silencioso y fantasmal fuego cruzado, como si fuera la historia quien estuviera disparándole.



Al involucrar a Gaitán como imagen y co-protagonista se está llevando a un primer plano el paradójico cruce de estos dos héroes sacrificados. La artista abandona de alguna manera su primera intención de reflexionar sobre los límites de las representaciones femeninas en el androcéntrico panteón decimonónico para reforzar sus preguntas acerca de la naturaleza del héroe en general. La minorías no están ahora sólo representadas por la mujer, sino también por lo indígena, lo popular y lo social, connotaciones que arrastra indefectiblemente el personaje de Gaitán en nuestros relatos históricos.  En este nuevo planteamiento, se involucran también otras épocas, además de la estrictamente independentista. Gaitán lleva la obra a la orilla de los tiempos actuales, pues la violencia de sus días se continúa en la violencia de nuestros días.

 Lo cual nos lleva a múltiples preguntas sobre la naturaleza del “héroe” como un tótem social imprescindible en la construcción de nuestras identidades ,sobre los mecanismos retóricos y simbólicos que lo hacen posible y sobre la cadena de connotaciones, de imágenes y relatos alimentándose de sí mismos en una auto-reproducción que no conoce fin y que nos constituye como nación.
Los audios son una oportunidad para reflexionar acerca de cómo estos héroes no sólo son construcciones visuales sino también orales y auditivas. El mito de Gaitán está hecho no sólo de sus gestos corporales, sino de esa voz que estrenó la radio y el corazón de las masas colombianas a mediados del siglo XX colombiano. Y las palabras de La Pola (que no sabemos si fueron creadas posteriormente por sus románticos biógrafos) hacen parte de su esencia tanto como los rizos negros de doncella de su iconografía de santa de la independencia.
El contrapunto entre lo femenino y  lo masculino, heroína y héroe, siglo XIX y Siglo XX se refuerza por el diálogo entre el óleo y el grano fotográfico, entre el gran arte y los íconos de los medios masivos de comunicación. Estamos ante la presencia por un lado de una heroína de holán y por el otro de un héroe pop, de papel y en alto contraste. Nuestros imaginarios se nutren de ambos como parece estarlo sugiriéndolo esta obra.
 La artista en general está utilizando estrategias muy contemporáneas como la intervención, la contaminación, la posproducción y llevándolas a un museo  oficial y en algunos aspectos decimonónicos, el cual gracias a estas estrategias ve revitalizadas y actualizadas sus colecciones. Con estas prácticas, el museo  puede lograr un diálogo más fresco con sus espectadores. La campaña de expectativa con afiches en el centro de Medellín ha logrado también llevar su trabajo fuera de lo espacios expositivos, en una propuesta que se acerca a la vida cotidiana y se sale de los relatos acartonados escolares y museográficos.  Esta instalación también sigue la tendencia iconoclasta que ha prevalecido en las celebraciones bicentenarias en el país.

Anotaciones 2:



La sala decimonónica de los héroes nacionales fue intervenida y los espectadores que la han visitado en estos días necesariamente la han visto con otros ojos, lo cual era la intención principal de la instalación. En esta sala  en penumbras, sus figuras teatrales se desvanecieron en los muros. También se involucró el sonido de la historia con audios correspondientes a cada uno de los personajes enfatizados: Gaitán y La Pola. Estos discursos que hacen parte de la leyenda se pueden escuchar individualmente y entonces se reafirma  el mito, o simplemente se pueden oír mezclados y entonces parece que la historia sólo fuera una sucesión inconexa de murmullos y fantasmas.
Este planteamiento formal trae de fondo el concepto de la muerte de la historia universal en el sentido en que Hegel o  la historia tradicional la concebían: como un relato lineal en ascenso contado por un relator omniscente e infalible. Pero la contemporaneidad  no puede creer más en  las anécdotas edificantes de héroes de charreteras, mármol y caballos con los que se intentó consolidar la identidad de las naciones latinoamericanas emergentes. Allí es donde pone el dedo en la llaga esta obra, y en ello se le hace reflexionar al espectador.
No se puede seguir  creyendo en los cuerpos ejemplares de los héroes que reemplazaron a los de los santos, lo cual es la idea que ratifica el montaje original del Museo de Antioquia. En esta sala se había escenificado, sin ningún tipo de distancia, una historia de la nación y del arte con raíces decimonónicas en pleno siglo XXI. La obra desbarata este guión y lo llena de perversas lecturas. Las representaciones independentistas son  ahora  náufragas de un campo de batalla. La instalación “El Pacificador”   convierte  la Sala de Arte Republicano del Museo de Antioquia en una ruina donde se agolpan y yuxtaponen  las  imágenes y los discursos de la Patria. Pero, precisamente  estos monumentos rotos, estos ruidos inconexos, son los que  hoy  permiten que esta adusta y muda galería muda vuelva a hablar a los oídos contemporáneos. Y esta es precisamente uno de los grandes aciertos del museo: que sea capaz de mirarse a sí mismo con ojos críticos gracias a esta lectura irreverente.
Otro de los valores de esta obra es que supo dominar el azar y sacar provecho de ello. Dejar que Gaitán se introdujera siguiendo la casualidad de un homónimo, o que terminara opacando a Rafael Núñez, precisamente el creador del Estado racista, clasista, machista y conservador que se impuso a Colombia desde la Constitución de 1886