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domingo, 4 de septiembre de 2011

La enterradora



 
La Dolorosa. Débora Arango. SF (Col)


La Dolorosa, una pietá,  en los ojos feroces de la artista Débora Arnago (1907-2005) va más allá del modelo ortodoxo. En esta imagen una María Madre, monumental y sólida, sostiene a su hijo muerto entre las piernas en medio de una oscuridad cavernosa, iluminada inútilmente por unas velas de decorado que no logran acabar con las tinieblas. Pero esta Dolorosa no parece clamar al cielo como lo exigiría la inflamada tradición barroca.
Al contario, no tiene gestos porque tampoco tiene casi cara (contraviniendo todos los énfasis de la iconografía colonial que hacía de ella la reina del cuerpo). Su rostro es apenas un borrón sin delinear en el que sólo sobresale una boca intensamente roja.  Apenas mira el cuerpo desgonzado que tiene sobre sus piernas.

No hay nada heroico en ese cadáver esperpéntico, geométrico, lineal, que descansa en su amplio regazo. Nada que nos indique que se levantará de entre los muertos para salvarnos y darnos la vida eterna, según las palabras bíblicas. No hay ninguna promesa en esa débil piltrafa humana que todavía sangra copiosamente por el costado derecho como los otros centenares de cuerpos de la violencia política que ha representado la misma artista aludiendo al período de La Violencia Colombiana (años 40 y 50).

María, aunque herida en su corazón por otra espada certera, sin embargo está bien viva debajo de esos pliegues voluminosos y hieráticos que esconden un cuerpo en silencio. Pero no tiende la mano o al menos los ojos al espectador. No es la figura intermediadora del Barroco. No hay esperanza, ni mensajes de aliento, ni salidas. En este cuadro campea la muerte del alma y de la carne. El cuerpo femenino salvador no puede cumplir con su función, su hijo (el orden social colombiano simbolizado en el Cuerpo de Cristo) se le muere sin esperanza alguna entre las manos.

Cuerpo mariano político

Iglesia bombardeada de Bojayá (Col). Julio César Herrera, 2002.  El Tiempo.

Más que una  lectura de género del cuerpo femenino detrás de los mantos patriarcales de la Virgen, como  se ha visto en este sobrevuelo por las obra de algunas artistas mexicanas,  encontramos en el arte modernista y contemporáneo de Colombia una reflexión acerca  de la Virgen como el cuerpo político fallido del país.  
Como veíamos, la virgen María instauró la geografía americana y creó sus territorios nacionales. Cuando La  Inmaculada llegó a nuestro continente venía de inventar a España, Guadalupe engendró a México, Chiquinquirá tejió a la Nueva Granada, aunque no tan exclusivamente como aquellas. El territorio colombiano se reparte más democráticamente entre centenares de advocaciones.

En todo caso, el cuerpo político de Cristo y el cuerpo político de María instauraron simbólicamente un orden social en los cuerpos reales de  los terrenos recién descubiertos, unificaron  la dispersión de los indios, los negros, los españoles y los criollos bajo un imperio central, monárquico, jerárquico y colonial. Este estado de las cosas duró hasta el siglo XIX.
Colombia es una nación cuyo proceso de secularización continúa inconcluso[1]. Cuando el Estado intentó constituirse como eje estructurador de su vida social, gran aspiración de la modernidad, debió enfrentarse a un sistema teocrático que no concebía otro eje estructurante de la Nación que el de la Iglesia como extensión del poder de Dios en la tierra y cuyos símbolos eran el cuerpo de Cristo y el Cuerpo de María.
Ante la caída de los referentes religiosos en Colombia, no se logró crear un nuevo sistema simbólico de contenidos laicos, ni que la política realizara la función integradora que antes del proceso secularizador cumplía la religión.

No se han formado nuevos espacios donde  la vida social y política se pueda desacralizar, sino que en nuestra vida política siguen funcionando “los principios sagrados, totalizadores, ideologizados que se expresan a través de un lenguaje hecho de valores, de principios, donde el discurso toma dimensiones míticas”[2].

Debido a este proceso de secularización incompleto, que ha terminado con unos referentes pero ha sido incapaz de construir unos nuevos, en Colombia se siguen utilizando las antiguas formas gramaticales sacras, aunque sus enunciados estén vacíos o hayan sido llenados con otros contenidos.  
Por eso ante el desorden social del siglo XIX, las guerras partidistas de mediados del siglo XX, y los enfrentamientos entre ejército, guerrillas, paramilitares, narcotraficantes y bandas criminales de la actualidad se vuelve a acudir a la figura de la Virgen para que reinstale la armonía social perdida.

Sin embargo este cuerpo simbólico parece incapaz de asumir este rol restaurador y se muestra impotente en las obras de Débora Arango,  Ethel Gilmour y Beatriz González, entre otras. El cuerpo femenino simbólico de la Virgena, al que se le delegó en los tiempos de la Colonia la obligación de ser un cuerpo conciliador, unificador, restaurador  y regenerador social no puede cumplir más sus preceptos. Incapaz de devolver la paz y la armonía a un país caótico y en conflicto, el cuerpo mariano se rinde en esta nueva iconografía.


[1] El  análisis del proceso trunco de secularización del Estado colombiano ha sido tomado de BLAIR Trujilo, Elsa. “La imagen del enemigo: ¿un nuevo imaginario social?”, en:  Estudios Políticos (Medellín) No. 06, Jul. 1995, p. 49. Una primera versión de este texto la realicé para “De la anatomía piadosa a la anatomía política”, Medellín 2009.
[2] BLAIR, Elsa (1995), p. 58.