Entradas populares

domingo, 8 de mayo de 2011

Mira lo que me mira

Fue otro espejo el que en su momento buscó la performer colombiana María Teresa Hincapié. Se encerró
en una vitrina de un almacén céntrico de Bogotá y durante horas… realizó actos cotidianos como lavar, planchar, maquillarse. Allí fue una mujer que sueña, se pinta, seduce,  se mueve. Y para comunicarse con el público transeúnte iba escribiendo sus pensamientos con un labial rojo sobre el cristal. Ella se miraba en el reflejo del vidrio. Pero el vidrio no es una superficie opaca que devuelve los rayos de la luz como el espejo de la coqueta de Botero. Al contrario, es una superficie translúcida que precisamente los deja pasar. El cristal no la aislaba sino que la ponía en contacto con el exterior, la ciudad y, por supuesto, los invisibles discursos sociales, simbólicos y políticos heterodoxos  sobre lo que debe ser la corporalidad femenina. En esta acción la artista, en lugar de reflejarse en un espejo que es lugar de las identidades íntimas, lo hacía sobre un vidrio transparente detrás del cual estaba  el espacio público, un lugar tiránico y productor de casillas y categorizaciones sobre el género y la manera de asumirlo. Su espejo no era el del tocador sino el ruido sordo de la ciudad y la historia, con todos sus mandatos y discursos soterrados sobre las corporalidades.  Como mujer expuesta en una vitrina,  hacía evidente el control de  la mirada omnipresente de los discursos sociales, simbólicos, morales y urbanos  acerca de su cuerpo

http://ciudadelasmujeres.blogspot.com/2013/01/maria-teresa-hincapie-el-cuerpo-aqui-y_3.html

Mírala cuando se mira

¿Qué pasa cuando una mujer se mira en el espejo? Desde afuera, no se sabe mucho al respecto. Tal vez,  simplemente que se ve bella diría el artista Fernando Botero.




En Medellín, mi ciudad natal y en la que vivo,  en la Plaza de las esculturas al frente del Museo de Antioquia, hay una esplendorosa coqueta. Rubicunda, exuberante se tiende con sus curvas opulentas bajo el sol calcinante del mediodía.  El espectáculo de su belleza reflejada en un pequeño espejo la aturde. No le quedan ojos ni sentidos para nada ni nadie más.  Narcisa, ella se convierte en su propio objeto del deseo.



 Pero, ¿mirarse en el espejo es un acto mecánico, transparente, sin mediaciones? ¿Qué pasa cuando una mujer se mira en el espejo? ¿Quién construyó la imagen allí reflejada?  ¿Ella o alguien o algo más? ¿Se ve a sí misma con sus propios ojos o busca reconocer la imagen que se supone debe tener y ha sido fraguada afuera? Si te acercas al espejito verás que allí no hay nada. Sólo una superficie de bronce contra la que se chocan los esplendores del mediodía. Sin embargo, ella está ensimismada ante este vacío y este silencio.


Quizás no está allí para mirarse sino para que alguien la mire en la falacia de mirarse. Esto le basta al artista hombre y a su ojo patriarcal. La mujer se ve bella mirando el abismo en el que se convirtió el espejo. Es que ella no tiene la clave  de su imagen.


De espejos y miradas



Me gustaría poner esta imagen en los inicios. Una mujer breve, morena, silenciosa, desnuda. Está en un patio abierto, expuesta al viento y al sol, como un árbol. O quizás por sus exiguas dimensiones, como una rama. Pero, sobre todo, se expone a la mirada de un hombre grande, vestido, con traje quirúrgico,  quien evalúa palmo a palmo su cuerpo dispuesto.  Él, con lápices de colores marca aquellas zonas corporales  en las que le sobra o le falta algo para tener el cuerpo perfecto del deseo masculino y de la publicidad.  Es el cirujano plástico más cotizado de Venezuela, país productor de reinas. Ella es Regina José Galindo, guatemalteca, mestiza, delgada, vulnerable, mujer. Su cuerpo, definitivamente no cuadra con la rejilla estética y tecnológica que le impone el doctor.
  Esta imagen me atrae poderosamente. Es la imagen de ese cuerpo de mujer que se arma o se desarma como un rompecabezas. Un cuerpo fragmentado y atravesado incesantemente por miradas y discursos, por mitos e historias, por mandatos y decisiones. No se trata sólo de la metáfora del cuerpo real frente al cuerpo cyborg de la tecnología de las cirugías plásticas. Es también el desfase entre la imagen del cuerpo de la mujer moldeado por el ojo histórico, racial, cultural y patriarcal, y una mirada oblicua femenina buscando la contra-imagen que por fin inaugure otras corporalidades. Es la dificultad infinita de esta  auto-representación para la cual sólo hay el lenguaje que se inaugura al momento de afrontarla.
Esta mujer vulnerable y feroz, me parece encarnar aquella epopeya íntima, esa revolución tan estridente como silenciosa que protagonizan ciertas artistas latinoamericanas deconstruyendo y construyendo sus cuerpos en el arte contemporáneo. Sólo desde hace muy poco son ellas quienes miran.  Sólo desde hace muy poco posan pero también son el ojo que decide y forma  sus cuerpos. Pero, y esto es algo que quiero explorar, están en un ángulo distinto a  las mujeres feministas norteamericanas o europeas.  Son otros los discursos, otras las historias, otros los proyectos sociales que dialogan y forcejean en sus cuerpos. ¿Cuáles son estos discursos, estas historias, estos mitos, estos interdictos particularmente latinoamericanos?
La idea no es hacer una disertación feminista, nacionalista, chauvinista o americanista. Pero si me gustaría rastrear estos problemas teniendo en cuenta unos discursos históricos determinados. La colombiana Zandra Pedraza ha propuesto la urbanidad, la higiene, la medicina y  la estesia, como los discursos que han hecho ingresar los cuerpos latinoamericanos a la modernidad. Como precedente habría que hablar del discurso religioso, de la anatomía piadosa que instauró desde la Colonia  nuestras posibilidades corporales.
  ¿Cómo concibieron estos discursos el cuerpo femenino? ¿Cómo se relacionaron estos discursos con el arte? ¿El arte reflejó los cuerpos que estos discursos modelaron? ¿O, acaso, más que imitarlos los construyó?