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martes, 8 de noviembre de 2011

¿Tiene posaderas el cuerpo de la historia?

                  




Santa Bárbara, Pedro Laboria, S XVIII, Coleección Arquidiócesis de Bogotá
  A pesar de su miedo  al cuerpo o precisamente por ello, la pinacoteca colonial , paradójicamente, estuvo obsesionada con la carne, desplegándose en una orgía de sangre, mutilaciones, manos crispadas, miradas arrobadas, donde el cuerpo se muestra y se oculta, pero permanece todo el tiempo en un paroxístico primer plano. Y donde la mujer tuvo un papel tan protagónico como el del hombre. Santas místicas, mártires se sobre-representan. Y sobre todo está la imagen ubicua de la virgen María, quien fue la reina indiscutible del barroco americano.  Sin embargo, bajo la mirada del arte independentista, fluidos, viscosidades, desnudeces, pieles, miembros amputados y mujeres desaparecen del espectro visual.
Los cuerpos entonces, caídos bajo la férula neoclásica y secular, son sepultados por vestidos oscuros que los ahogan. Sobreviven a esta negación, nuevamente rostros y manos que sin embargo ya no danzan ni se encabritan. La rigidez, la contención, el ocultamiento son ahora la norma. También la masculinización.

Plaza de Bolívar, Bogotá, Foto Sol AGE

Después del tiempo de los santos,  ha llegado el tiempo de los héroes y estos son invariablemente hombres, blancos y aristocráticos. Y este cuerpo heroico si se quiere es todavía más varonil que el de  los mátires, envueltos todavía en un imaginario ambiguo y pasivo frente a este nuevo panteón de hombres de pelo en pecho.

Los héroes se erigen ahora como los nuevos cuerpos ejemplares que dan la medida de lo socialmente deseable y expulsan a todas las otras corporalidades que no cumplan sus mandatos como lo étnico, lo popular, lo femenino o feminizante.  El cuerpo del héroe masculino ha cambiado las rojas desnudeces, las morbideces místicas y carnales, por paños geométricos y oscuros. El cabello largo revuelto por  huracanes divinos ahora está recortado e inmóvil. Los gestos grandilocuentes se petrifican , las manos no claman ya al cielo, sino que se concentran en señalar el destino de la patria. No habrá más dragones ni serpientes para aplastar: el diálogo de lo humano con lo animal se hará a través de caballos tan trascendentes y envarados como sus jinetes.

Policarpa Salavarrieta, José Maria Espinosa, S XIX, Museo Nacional, Bogotá.

Sin embargo hay una nota discordante en todo este panteón androcéntrico: la imagen de La Pola. Si bien hubo otras heroínas como  la santandereana Antonia Santos o la antioqueña Simona Duque, ninguna de ellas  alcanzó la categoría de mito y de matriota como lo hizo La Pola en la memoria oficial y popular de Colombia. http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/biografias/salapoli.htm

Frente al relato patriarcal de la Independencia y el panteón masculino de héroes de la incipiente nacionalidad del siglo XIX, Policarpa Salavarrieta  ha  representado el punto de quiebre. Es una especie de mascota simpática y romántica de los mitos de la Revolución que nos la relatan enamorada e inflamada, fiel a su hombre y a su patria, joven y atrevida.  Es la  excepción en la extensa y codificada galería de mártires de la patria, sin vida privada ni sentimientos: prohombres  ceñudos, figuras públicas cubiertas de medallas y petrificadas en gestos controlados y aleccionadores. La guerra,  la política, los grandes ideales  y la vida pública bajo esta mirada eran cosas de hombres. Las mujeres habitaban los espacios domésticos, interiores, privados y sentimentales,  donde los vientos de la historia no soplaban.  La Pola, sin embargo, pudo ser involucrada a este relato, pero desde la perspectiva de lo exótico y lo excepcional.


Policarpa Salavarrieta, Dionisio Cortés, Bogotá, Foto Sol AGE

Plaza de Bolívar, Bogotá,Foto Sol AGE.



  
Sin embargo, en  la imaginería independentista, La Pola a pesar de haber abrazado la política y la revolución, no ha dejado de ser la mujer de los ideales decimonónicos y se convierte apenas en un punto de color en esta galería de héroes adustos.  Su feminidad se expresa en cabellos más graciosos, largos y móviles, en vestidos más redondeados, en un rosto más menudo sin las aguileñas narices predispuestas a los destinos trascendentes de los próceres, en algunos escotes que destapan el pecho, pero sin llegar nunca a la herejía de dejar salir los senos. Sus acciones las ha realizado  contraviniendo su naturaleza y cuerpo de mujer. Según la leyenda, sus últimas palabras fueron Ved que, aunque  mujer y joven, me sobra valor para sufrir esta muerte y mil muertes más”. Es decir no era valiente por ser mujer y joven, sino a pesar de ello.
En estos nuevos términos, la pareja fundadora y ordenadora del género en términos visuales de los tiempos independentistas y republicanos,  sucedánea del cuerpo de Cristo y el Cuerpo de María en la Colonia, sería la formada por el Cuerpo de Héroe de Bolívar y el cuerpo de Heroína de La Pola. El Padre y la Madre de la Patria en la que se han regodeado desde entonces y hasta ahora guiones museográficos y melodramáticos, y por supuesto los textos escolares. Allí se les representa  como los modelos de hombre y mujer incrustados en los fundamentos de la  Nación.

Stacie Widdifielf propone unos padres de la patria similares en México, después de analizar este discurso centenarista de Ignacio Ramírez:

"Es uno de los misterios de la fatalidad que todas las naciones deban su´pérdida y su baldón a una mujer, y a otra mujer, su savación y su gloria; en todas partes se reproduce el mito de Eva y María; nosotros recordamos con indignación a la barragana de Cortés, y jamás olvidremos en nuestra gratitud a Doña María Josefa Ortiz, la Malintzin inmaculada de otra época que se atrevió a pronunciar el fíat de la independencia para que la encarnación del patriotismo lo realizara" (1).

             

Maria Josefa Ortiz                     Miguel Hidalgo


Entonces Hidalgo y María Josefa Ortiz, heroína virginal, serían los progenitores simbólicos de la nación mexicana. Ella sería la descendiente natural de las vírgenes y mártires y representaría lo femenino en un buen sentido, mientras Malinche sería una madre mala, bastarda y a su vez tronco de bastardos. Úna dicotomía que en Colombia podrían encarnar la  virginal doncella Pola, fuera de toda sospecha, frente a aquel volcánico e incontrolable demonio con faldas que parecía ser Manuelita Saénz a los ojos de la historia oficial que siempre la cacaterizó como "la amante de Bolívar" . http://anatomiacomparadacolmexx.blogspot.com/2011/05/la-ciudad-de-las-mujeres.html



Policarpa Salavarrieta, Dinisio Cortés, Bogotá, Foto Sol AGE



Policarpa Salavarrieta, Patricia Bravo, Medellín

Pero quizás a pesar de la insistencia histórica y las restricciones iconográfícas la doncella sí tuvo cuerpo. Esta versión contemporánea de Patricia Bravo, donde la heroína aparece sin rostro, desnuda y de espaldas, al contrario de la representaciones tradicionales que la imaginaban siempre de frente y vestida pudorosamente, leve y espiritual, enfatiza la carnalidad de La Pola. Una mujer que luchó, decidió, soñó, vivió desde su condición femenina.

En la iconografía patriarcal, cuando el cuerpo de la mujer no es un objeto sexual que se ofrece mansamente al deseo masculino simplemente sobra, se tapa, se ignora. La Policarpa de Bravo se concentra, en cambio en ese agujero negro de lo innombrable y lo irrepresentable: el cuerpo subjetivo femenino. Y va en contravía de la anatomía en pendiente piadosa y heroica que sólo valora las partes superiores y frontales de los cuerpos. La Pola, como la Guadalupe de Alma López (http://anatomiacomparadacolmexx.blogspot.com/2011/09/mantos-abiertos-cuerpos-expuestos.html),  se quita el vestido y se despliega en su esplendor íntimo y femenino. Es de carne y hueso, tiene posaderas sin trascendencia, que no simbolizan ni ejemplican. Es una mujer joven y valiente, no a pesar de ello como lo quería la leyenda, sino precisamente por ello, por ser mujer. Una categoría que sigue hablando de un vacío, que ella inéditamente trata de reescribir. Por algo, en el país de las sin rostro, se ganó sola el derecho a la memoria y a la imagen.  

Bolívar, Juan Dávila, Chile


Esta imagen desestabilizadora de los clichés de las mujeres y de los prohombres del relato independentista  evoca inmediatamente aquella explosiva del chileno Juan Dávila quien pintó a un polémico Bolívar mulato, hermafrodita y con sus órganos bisexuales al descubierto. Hay en ambas imágenes una subversión  de aquel relato de  héroes considerados indefectiblemente masculinos y blancos, seres públicos, sin vida privada, sentimientos  y mucho menos cuerpo. Y de una nacionalidad construida a partir de la marginación, la segregación y la exclusión de ciertos géneros, razas y clases. En fin, de ciertos cuerpos invitados y de otros que debían bailar "el baile de los que sobran".  Imágenes que parecen decirnos que la nacionalidad en la contemporaneidad no puede seguir siendo  unas ortodoxas charreteras empolvadas y excluyentes, sino un concepto  plural, híbrido,  mixto, donde otros cuerpoa deben entrar a  jugar.

(1) WIDDIFIELD, Stacie. "La nación mestiza: una nación engendrada", en CORDERO y SAENZ, compiladoras, Crítica feminista en la historia y la Teoría del Arte, México, Universidad Iberoamericana, 2007.